miércoles, 28 de mayo de 2008

'El manantial de la vida'


El, miró hacia el río de sentimientos que fluía en su interior, las experiencias vividas, reflejaban en el agua cristalina de su mirada, emociones que habían estado contenidas y que ahora brotaban, como un manantial surcando sus mejillas. Cuanto tiempo había ansiado, que llegara ese momento y ahora, que por fin lo conseguía, la felicidad hacía que se desbordase.

En su ser, sintió hacia muchos años el amor, esa pasión arrolladora, que le hizo vivir las veinticuatro horas: pensando, añorando y a la vez deseando ver a esa mujer, de la cual se había enamorado, pero el tiempo pasó y no tuvo la suerte de compartir toda la vida con ella, el destino les sorprendió separando al uno del otro.

Entonces, salió a la búsqueda de ese sentir… ese palpitar… de las mismas emociones que vivió junto a ella, busco y no encontró, quiso amar pero no pudo, cuanto más deseaba enamorarse… más se alejaba ese sentimiento de el ¿por qué?

Porque cuando lo conoció no lo buscaba, el amor lo encontró a el, para darle de beber del manantial de la vida, pero cuanto más dulce le pareció, más amargor le produjo en la separación, creando el anhelo de volver a beber de sus aguas, tras haberlas probado una vez.

El amor, como sabía que lo andaba buscando, se escondió, a veces fue detrás de una mirada… otras de una sonrisa…en ocasiones de una palabra…, jugó con el y a su vez el jugó con el amor, así aprendió el juego, viendo que la única manera de encontrarlo, era como la primera vez, sin buscarlo, siendo el mismo.

Entendió que el amor, se comporta como un niño pequeño lleno de impaciencia, que en su frenesí de algo que quiere, no encuentra lo que busca con tanto anhelo, al no esperar a calmarse para ver con claridad.

Se preguntó: - ¿Cómo encontrarlo?

Y la respuesta de su corazón fue:- Amate a ti mismo sin condiciones, sin exigirte nada, acéptate tal y como eres, aprende a estar a gusto contigo mismo, sólo así podrás amar a una mujer sin exigirle, aceptándola tal cual es, sin pedirle nada a cambio, el amor es una entrega total, donde dos seres se dan mutuamente sin condiciones.… cuando el amor vuelva a ofrecerte del manantial de la vida, lo único que tendrás que hacer, es compartirlo con la mujer que te acompañe en el viaje de vivir.

miércoles, 21 de mayo de 2008

"El niño marinero"


Ella lo llevó, en la cuna de sus entrañas, meciéndose en sus aguas como un pececillo en el mar, cuando se acercaba a la costa, le gustaba varar en la arena, entonces… su madre lo sentía… ponía una mano en su vientre y percibía a su niño marinero.

Cuando nació, una ola de agua salada lo arrastro a la vida. El pececillo, aspirando una gran cantidad de aire, se convirtió en un bebe de ojos azules como la mar.

De sangre marinera… su padre, tíos, abuelos, bisabuelos y hasta dónde les permitía su memoria llegar, habían sido trabajadores de la mar, cultivando el arte de la pesca.
Tejiendo sus redes... esas que en el agua se tornan magicamente invisibles, adornadas con bollas de cristal transparente, que las elevan por el borde, enmarcando una telaraña, donde el pez que entra no vuelve a salir.
Haciéndose a la mar en una frágil y pequeña barca de madera, cual delfín, que jugando con las olas se adentra en el mar, para hacerse del tesoro que esconde en sus aguas.

Fue creciendo… sus primeros pasos, tocaron las arenas finas y doradas, de la playa de Punta Umbría.
Sus juguetes fueron las conchas y caracolas que el mar le traía.

Y se fijó un día, en un pino piñonero, que cerca crecía… sus ramas parecían espinas. Era curioso compararlo con las matas que solían crecer en la arena. De vez en cuando sus padres cogían piñas, le sacaban los piñones y los tostaban en una fogata que hacían en la playa.

Su casa, estaba a la orilla del mar, hecha de tablones de madera y encalada de blanco. Cuando se entraba…varios camastros con mantas grises, dónde dormía toda la familia, un baúl donde guardar la poca ropa que tenían y como enseres: un pequeño infernillo para cocinar, a veces valía incluso una fogata, un lebrillo pequeño para fregar, y unos cuantos utensilios de cocina.

Aún teniendo tan poco, eran felices, su vida era el mar, el sol, la arena, alguna que otra persona que llegaba por allí raramente en verano y su barca.

Su madre, le enseñó a coger coquinas cuando tenia 5 años, fue jugando con ella como aprendió a encontrarlas (no sólo el mar escondía tesoros, la arena que el mar bañaba, acariciando con sus olas también los ocultaba), solamente había que esperar a que una olita llegase, entonces… podía observar unas pompitas y velozmente escarbaba con su pequeño pie, capturando una coquina, que rápidamente ponía en su cubito de plástico.

Y el pino seguía allí curiosamente observándolo todo…

Pasaron unos años, su madre soñaba verlo mayor y saliendo a pescar con su padre y hermanos en la barca. Sería el marinero más guapo de todos los del lugar… con su pelo rubio, su piel tostada por el sol y esos ojos tan azules…

Cuando el tenia siete años, enfermo junto a sus hermanos, contrayendo unas fiebres que nadie sabia a que eran debidas, más tarde se supo que habían comido del pino, cuando las piñas estaban aún verdes. Todos se recuperaron, pero el que era el más pequeño, no tuvo tanta suerte, quedando paralítico.


En la arena, se le podía ver siendo ya un adolescente, sentado, mirando fijamente a la mar que se reflejaba en sus ojos o ¿tal vez el color de estos, se reflejara en el agua salada?...Quizás, ese reflejo mutuo, el ir y venir de las olas, seguida de la respiración acompasada de el, fuera la simbiosis de ambos en un océano de sentimientos y experiencias.

Y pasó el tiempo... el futuro del niño marinero, lo dejo a su elección.

miércoles, 14 de mayo de 2008

"Las Rosas Rosas"


Y vino a ella el aroma del rosal, tan tenue como la vida misma… tan frágil, como el velo tejido por una araña… tan sutil, que enarboló sus sentidos sin darse cuenta, llevándola a su niñez…

Al pie del limonero, allí, plantado junto a este, se encontraba el rosal de rosas color rosa…

Se acercaba al rosal con cuidadito de no pincharse, ni enganchar el vestido que aún olía a recién planchado… aproximándose a esas rosas rosas tan delicadas como un bebe, para introducir su naricilla y llenar sus sentidos con la esencia de su perfume…

Recordó como después de la siesta, su madre, tras bañar a su hermano y a ella, les daba de merendar y baldeaba el patio con el cubo de cinc.

Lo llenaba en la pileta, con una mano lo cogía del asa y con la otra esparcía el agua. Así… magicamente, al caer las gotas en el suelo, hacia que brotará ese olor inconfundible a tierra mojada, trayendo a las tardes de verano, los días de lluvia del invierno, refrescando el ambiente y engalanándolo con aromas diversos. Según donde iban cayendo estas gotas de agua, se percibía: la hierba buena, la cineraria, las rosas... los tomates plantados en las macetas, el apio, los claveles, las gitanillas, los geranios… esos aromas de nuestra tierra, que son un regalo maravilloso para los sentidos.

Le encantaba el momento en que se baldeaba el patio, pues los olores que se percibían eran un regalo que esperaba con impaciencia cada tarde, era como destapar el frasco de un perfume exquisito… al olor a tierra mojada, le seguía el despliegue de un arco iris de aromas y matices que las plantas y flores del patio de la casa iban dejando escapar como agradecimiento al agua recibida en esos cálidos días de verano.

Después de todo este despliegue de sensaciones, se acercaba nuevamente a oler esa delicada rosa rosa, era como un hasta mañana, antes de salir a jugar con las otras niñas y niños de la calle en que vivía.

Sin saber que un día lejano y cercano en el tiempo, las rosas rosas, la harían volar con la imaginación al patio de su niñez, al rosal que ya no esta allí plantado, pero que brota en su corazón, sin espinas y con un aroma sutilmente embriagador.

miércoles, 7 de mayo de 2008

" 'Ella' y 'El' "



El aroma del café, subía humeante y sinuosamente… inundando los sentidos de la pareja que se encontraba sentada en una cafetería de la Campana, sitio muy conocido y particular en la ciudad de Sevilla.

Fuera llovía, haciendo que se creara dentro del local donde se hallaban, un ambiente muy íntimo y acogedor, como si estuviesen dentro de un refugio, en medio de la gran ciudad.

Un caballero de mediana edad y una señora un par de años más joven que el, sentados uno frente al otro, en una complicidad de miradas, empezaban a conocerse en el reencuentro de toda una vida.

El, le tomo la mano, para depositar en el dorso de sus dedos un cálido beso, a la vez que una mirada penetrante volaba hacia los ojos de ella, haciendo que no pudiera evitar el esquivar la mirada de el. Como la hacia sentir… Dios mío, era como volver a tener veinte años, los mismos sentimientos… el renacer de las emociones…

Las palabras estaban de más ¿para qué?, cuando con el amor todo sobra.

Sus manos se abrazaron sobre la mesa, bajo la complicidad de sus miradas.

La mano de ella subió hacia el rostro de el, para acariciar su mejilla con una ternura inusitada, que le hizo sentir el hombre más afortunado del mundo ¡Caray! Como amaba a aquella mujer…. Si pudiera por un momento estar ella en el para sentir sus emociones…

Se miraron nuevamente a los ojos… con sus manos entrelazadas, se comunicaban a través de un intercambio de energía mutua, que recorría sus cuerpos con la misma fuerza e intensidad del primer amor.

De pronto miraron por el ventanal, dándose cuenta que había parado de llover.
- Los niños habrán llegado a casa – dijo el.

- Si, es tarde, debemos regresar.

Terminaron de tomarse el café, pidieron la cuenta y al salir, el abrió la puerta para que ella pasara, sus ojos se encontraron nuevamente, en ese intercambio de miradas se brindaron un beso en el alma.

Caminando hacia el aparcamiento de la Plaza del Duque, sus corazones iban unidos a través de sus manos entrelazadas.