jueves, 7 de julio de 2011

In memorian de Ernest o Ernesto Hemingway


Aquel sonido. ¡El Chupinazo! ¿Era el Chupinazo? Ese disparo lo tiñó todo de rojo, imágenes de una vida que pasaron rápidas como en un celuloide. Días de gloria, celebrando los Sanfermines. Fotógrafos robando momentos de una vida, que reflejaban instantes efímeros de felicidad. En la habitación del hotel tras la puerta, una dama con el, la soledad. Ni el alcohol, ni las mujeres más hermosas del papel cuché, lograban apartar el vacío que dejaba en su alma la fama. Allí en lo alto, viéndolo todo como un Dios y a la vez como el más miserable de los humanos. Su mano tomó el frío metal, cuando lo posó en su sien transmitió la misma sensación de frialdad. Un gesto de su dedo índice, acabó con la película de su vida, rojo sobre el blanco de su barba. Un disparo que como el chupinazo, daba lugar al encierro de su paso por el mundo, o tal vez… al comienzo.