miércoles, 21 de mayo de 2008

"El niño marinero"


Ella lo llevó, en la cuna de sus entrañas, meciéndose en sus aguas como un pececillo en el mar, cuando se acercaba a la costa, le gustaba varar en la arena, entonces… su madre lo sentía… ponía una mano en su vientre y percibía a su niño marinero.

Cuando nació, una ola de agua salada lo arrastro a la vida. El pececillo, aspirando una gran cantidad de aire, se convirtió en un bebe de ojos azules como la mar.

De sangre marinera… su padre, tíos, abuelos, bisabuelos y hasta dónde les permitía su memoria llegar, habían sido trabajadores de la mar, cultivando el arte de la pesca.
Tejiendo sus redes... esas que en el agua se tornan magicamente invisibles, adornadas con bollas de cristal transparente, que las elevan por el borde, enmarcando una telaraña, donde el pez que entra no vuelve a salir.
Haciéndose a la mar en una frágil y pequeña barca de madera, cual delfín, que jugando con las olas se adentra en el mar, para hacerse del tesoro que esconde en sus aguas.

Fue creciendo… sus primeros pasos, tocaron las arenas finas y doradas, de la playa de Punta Umbría.
Sus juguetes fueron las conchas y caracolas que el mar le traía.

Y se fijó un día, en un pino piñonero, que cerca crecía… sus ramas parecían espinas. Era curioso compararlo con las matas que solían crecer en la arena. De vez en cuando sus padres cogían piñas, le sacaban los piñones y los tostaban en una fogata que hacían en la playa.

Su casa, estaba a la orilla del mar, hecha de tablones de madera y encalada de blanco. Cuando se entraba…varios camastros con mantas grises, dónde dormía toda la familia, un baúl donde guardar la poca ropa que tenían y como enseres: un pequeño infernillo para cocinar, a veces valía incluso una fogata, un lebrillo pequeño para fregar, y unos cuantos utensilios de cocina.

Aún teniendo tan poco, eran felices, su vida era el mar, el sol, la arena, alguna que otra persona que llegaba por allí raramente en verano y su barca.

Su madre, le enseñó a coger coquinas cuando tenia 5 años, fue jugando con ella como aprendió a encontrarlas (no sólo el mar escondía tesoros, la arena que el mar bañaba, acariciando con sus olas también los ocultaba), solamente había que esperar a que una olita llegase, entonces… podía observar unas pompitas y velozmente escarbaba con su pequeño pie, capturando una coquina, que rápidamente ponía en su cubito de plástico.

Y el pino seguía allí curiosamente observándolo todo…

Pasaron unos años, su madre soñaba verlo mayor y saliendo a pescar con su padre y hermanos en la barca. Sería el marinero más guapo de todos los del lugar… con su pelo rubio, su piel tostada por el sol y esos ojos tan azules…

Cuando el tenia siete años, enfermo junto a sus hermanos, contrayendo unas fiebres que nadie sabia a que eran debidas, más tarde se supo que habían comido del pino, cuando las piñas estaban aún verdes. Todos se recuperaron, pero el que era el más pequeño, no tuvo tanta suerte, quedando paralítico.


En la arena, se le podía ver siendo ya un adolescente, sentado, mirando fijamente a la mar que se reflejaba en sus ojos o ¿tal vez el color de estos, se reflejara en el agua salada?...Quizás, ese reflejo mutuo, el ir y venir de las olas, seguida de la respiración acompasada de el, fuera la simbiosis de ambos en un océano de sentimientos y experiencias.

Y pasó el tiempo... el futuro del niño marinero, lo dejo a su elección.

3 comentarios:

josé javier dijo...

Enternecedor relato, amiga. Tendrá un futuro feliz, pues feliz es su creadora. Tú.
J.J.

Jose Carlos dijo...

Es mi tercera intentona de subir el comentario....que torpe debo ser.
Ciñiendome al texto, comentarte que me parece que le falta algo de fuerza, una situación tan dura no la entiendo con tanta dulzura. ¿Que sentimientos tiene la madre? ¿como afronta la enfermedad del hijo?
Él tiene su propia vida para afrontar este problema, pero y ella...
Un beso.

Anónimo dijo...

para una madre aceptar una enfermedad como esta en un hijo debe ser duro, pero creo que es por lo que se la desconoce. También desde una silla de ruedas se puede ser inmensamente feliz. Se puede hacer una vida casi normal. Es peor lo que creemos los demás de una situación así. Cuando se entra en ese mundo con amor y con naturalidad, se puede comprobar que no es tan grave, que no debería parecernos tan grave. Que deberíamos aprender a verla con una actitud más humana y menos compasiva. Un beso.