miércoles, 4 de junio de 2008

'El regreso a Sevilla'


Tras un tiempo en el campo, regresó a la ciudad ¡Cuánto había cambiado! Y sin embargo... le gustó, tardando poco tiempo en formar parte de su ecosistema.

Llegó una tarde de primavera, la Sevilla que podía ver desde el cielo, no era ni mucho menos la que recordaba cuando se marcho con sus padres a vivir en la Serranía de Ronda y sin embargo… el encanto que emanaba de ella, aún se podía respirar en el aire.

Buscó un lugar dónde dormir aquella noche, encontrando una buhardilla, en cuyo techo existía una claraboya, a través de la cuál, se divisaban casi todas las estrellas del firmamento, confiriéndole al techo un espacio único y maravilloso en toda su magnitud.

Al día siguiente cuando despertó, salió con el objetivo de buscar un lugar confortable, dónde alojarse y tener su hogar.

Visitó muchos rincones de Sevilla: El Barrio de Sta. Cruz, La Plaza de San Andrés, Triana, La Macarena, Alameda de Hércules, Los Jardines de Murillo… recorrió el centro de la ciudad, todos los lugares que visitó tenían su encanto, pero no llegaba a encontrar lo que buscaba.

Decidió dar una vuelta por el Parque de María Luisa, la última vez, que anduvo este parque, jugó con sus hermanos al esconder entre los árboles, que felices momentos aquellos… De pronto, sintió como el calor primaveral le hacía sentir sed y fue a refrescarse un poco, en una de las fuentes del parque de las palomas, siempre le habían parecido curiosas esas dos fuentes idénticas, con forma de mujer que sostienen en sus rodillas esa especie de palangana, de la cual brota el agua… dónde tantos Sevillanos grandes y pequeños, generación tras generación, han apagado la sed en más de una ocasión.

Entonces se acercó ella, le pareció el ser más hermoso de la creación, empezó a revolotear alrededor suyo y el hizo tres cuartos de lo mismo revoloteando tras aquella lindeza, entonces... tímidamente se alejó de el. ¡No podía dejar que se fuera de aquella manera! la siguió y la vió allí en la Jacaranda, cuando el hizo intención de acercarse, ella voló rápidamente hacia un Ficus enorme, recio y fuerte.

¡El Ficus! Aquel era el lugar perfecto, por fin había encontrado lo que tanto había buscado, allí haría su nidito de amor y ella le ayudaría a crearlo, a compartirlo… siendo la señora de ... un ruiseñor.

2 comentarios:

Jose Carlos dijo...
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Jose Carlos dijo...

Que pasaría si pensásemos que los animales, las plantas y demas seres vivos tuvieran sentimientos, seriamos capaces de hacer, de llegar al extremo de destruir el planeta.
Creo que lamentablemente no cambiaría mucho nuestra forma de actuar, por que si decimos que lo que más queremos son nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, y les estamos dejando algo mas parecido a un solar, o peor aun, un sitio donde las catástrofes naturales lo haran impracticable...entonces, que nos puede importar los sentimientos de un ruiseñor.
Maldita prepotencia, que feliz es el ruiseñor aprovechando lo que la naturaleza y la vida le brinda, y cuanto deberíamos seguir aprendiendo de estos seres inferiores a los que Dios no les dio la capacidad de pensar...
Lo que creo es que ya que tenemos la capacidad, aprovechémosla y cambiemos el mundo ¿que como? fácil, empieza por pensar en que tu libertad acaba donde empieza la del otro.
Un beso y enhorabuena.