domingo, 6 de julio de 2008

'Enfrentandonos a nuestro Toro personal'


¿Qué ocurre cuando nos enamoramos?

Es… como si un duendecillo travieso entrara dentro de nosotros, invadiendo todo con su magia, inundando nuestros sentidos, haciendo que veamos solamente lo que deseamos ver.

A la vez nuestro niño interior, empieza a enviarnos mensajes, diciéndonos:

- ¡Oye! ¡Para un poco y héchame cuenta! ¿no ves que si continuas, existen todos estos problemas?

Y nosotros como adultos que somos, inmediatamente lo mandamos callar:

- ¿Qué sabrá este mocoso lo que me conviene? – pensamos cegados por esa venda imaginaria y la vez mágica que el duendecillo nos ha regalado, para taparnos los ojos del alma…

En otras ocasiones, el duendecillo, quiere que contemos nuestros sentimientos y nos dice:

- Dile lo que sientes, que no puedes dormir pensando en su persona… no te calles y cuéntale que tu corazón se pararía de dolor si la/lo perdieras, sincérate y háblale de tu amor.

Pero el niño interior, por otro lado nos da sus indicaciones:

- ¿Cómo? ¿Estas loc@?, ni se te ocurra desvelar tus sentimientos o todo se irá al traste.

Cuando estos, el niño interior y el duende, se encuentran e inician un diálogo mutuo, la batalla se desata, en esas circunstancias, es cuando se recurre a las amistades, hermanos, padres, psicólogos… dependiendo de cada persona. Y estos, dependiendo del grado en que se manifiesten en ellos el duendecillo o el niño interior, nos darán su propia opinión, por que sin lugar a dudas, el adulto que somos está tan embriagado, que aún no llega a tener conciencia suficiente, como para tomar una decisión. Y sin embargo... ¿quién es lo suficientemente objetivo, si cada uno tiene una perspectiva distinta según su ángulo de visión?



Pero… ¿Cuáles son los problemas?

Evidentemente, “los miedos” que todos tenemos, tal vez condicionados por experiencias anteriores o el no habernos enfrentado con anterioridad a esta situación, lo que hace que no sepamos como actuar.

Se puede optar por dos decisiones:

a) No enfrentarnos a esta situación, porque el niño interior nos diga:


- ¿Merece la pena? Piénsalo bien… - y nos ofrece toda una lista de razones o excusas.

b) Cogemos el toro por los cuernos, como se suele decir en mi tierra y nos lanzamos al ruedo.


Esta claro, que en una corrida te puede coger el toro, pero si nos paramos a pensar, la mayoría de las veces es el torero el que sale victorioso. Es evidente, que en ese momento esto se tiende a ignorar… sobre todo al estar solos, en medio de la plaza… enfrentándonos a todos nuestros miedos y cuando uno esta delante de ellos, vienen a ser como un toro de 500 Kg., mirándote fijamente a los ojos… transmitiéndote que la lucha va a comenzar, que lo pienses bien y lo dejes salir por la puerta del burladero por donde llegó… Algo en nuestro interior, nos incita a continuar y al primer pase de pecho, el valor nos va inundando y cuando frente a frente miramos a ese miedo, sentimos el silencio que nos rodea… la tensión que nos circunda… y cuando esa barrera cae, tenemos el valor suficiente como para darnos la vuelta, dándole la espalda, vencedores… de repente el silencio se rompe y en la plaza se oye un olé, que nos eleva el alma y decidimos continuar, porque la adrenalina que circula por todo nuestro organismo, nos da la fuerza necesaria para acabar la faena y salir victoriosos de la plaza e incluso si se nos da bien la tarde puede que salgamos por la puerta grande.

De la decisión que tomemos, dependerá nuestro futuro y nuestra felicidad.

A veces, un tiempo de reflexión no viene mal, pero cuando se trata de amor, existen dos partes y la contraria también libra su batalla con su duende y su niño interior.

Cuando nos enfrentamos a nuestros miedos y salimos victoriosos, es el adulto el que entra en acción y tanto el duendecillo, como el niño interior, se desvanecen al llegar a un equilibrio.


Orden de reparto según Sigmund Freud:

Adulto……………... Yo
Duendecillo…….... Ello o Id
Niño Interior……. Superyo, Super-Ego, conocido también por Ego
Toro……………...... Nuestros miedos

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